jueves, 25 de marzo de 2021

Entre los dioses y las bestias

 

Entre los dioses y las bestias

Por: Carl Cupper

        La expulsión de Adán y Eva del Paraíso ha sido tratada por siempre como un asunto religioso; un dogma. Así, cristianos, judíos y musulmanes han explicado el inicio de nuestra condición humana a la luz de lo relatado en el libro del Génesis, responsabilizando a la serpiente de todas nuestras vicisitudes a lo largo de la Historia. Así lo narra John Milton, de manera magistral, en su obra El Paraíso Perdido. Sin embargo, ¿es esto verdad? Si es así, ¿entonces no somos responsables de nuestros actos en el diario acontecer?

 Según el Dr. Paul MacLean, el cerebro humano está formado por tres clases de elementos motrices: El Complejo R o Reptílico, el Sistema Límbico y el moderno Neocórtex, en donde se han concebido las obras más sublimes y las más terribles del hombre.

En el Complejo R se llevan a cabo las funciones básicas del individuo; la actividad sexual, la alimentación, la respiración, el instinto de conservación y la agresividad, entre otras. Es una reminiscencia de nuestros antepasados más remotos. Sin embargo, la conservamos, ya que sin ella no podríamos vivir.

 


 Las luchas a través de la Historia, desde las guerras territoriales hasta las interreligiosas, así como el crimen organizado y el terrorismo, han sido alentadas, en mi opinión, por un Complejo R desatado. Éste es incapaz por sí mismo de crear. Sin embargo, tiene la capacidad de “hablarle” al Neocórtex y de llevarlo, en muchas ocasiones, a  un estado de agresividad exacerbado.

Considerando esto, yo sostengo que los dragones realmente existen. Para encontrar a uno, tan sólo debemos mirarnos al espejo. No es una metáfora. Físicamente, un dragón vive en cada uno de nosotros, representado por el Complejo R. Para apoyar esta afirmación, reflexionemos en la cantidad de fuego que cotidianamente nos arrojamos unos contra otros, no sólo con las armas sino también con palabras y silencios, con actos y omisiones, con desinterés e ignorancia, y hasta con miradas directas y de soslayo. No obstante, en cualquier momento puede despertar lo más noble de nuestra naturaleza humana y entregarnos desinteresadamente en auxilio de quienes nos necesitan. Recordemos lo acontecido luego del terremoto del 19 de septiembre, de los terribles sucesos del 11 de septiembre y tras el tsunami en Indonesia, sólo por citar algunos. El mundo entero se volcó en favor de las víctimas, y muchos ni siquiera repararon en su propia seguridad.

 Por otro lado, a diario alimentamos al monstruo con nuestros dogmas y prejuicios, heredados, muchas veces, de nuestros ancestros, provocando en todo el mundo un sentimiento de inseguridad extraordinario, sobre los cuales el terrorismo ha asentado sus reales.

Pero no reparamos en que cada uno de nosotros somos el producto de las creencias de nuestros antepasados. Si yo hubiera nacido en Irán, seguramente mi fe se basaría en el Islam y no en el cristianismo. Pero, al parecer, hemos olvidado que las tres principales religiones tienen el mismo origen: Abraham concibió con su esclava Agar a Ismael, padre de la etnia árabe de la cual nacieron Mahoma y el Islam. ¿Cuántos de nosotros profesamos nuestra fe por convicción y no como resultado de la  herencia de nuestros padres?

 El monoteísmo tuvo su origen en Egipto bajo el reinado del faraón Akenatón, hace más de 3300 años, quien instauró por decreto la adoración a Atón (representado por el disco solar). Luego, alrededor del siglo IV a.C. Zoroastro (Zarathustra) fundó en Persia una religión basada en una deidad llamada Ahura Mazda (Señor Sabio), de la que, según los expertos, probablemente dio origen a la religión judía.

El mazdeísmo o zoroastrismo fue la primera manifestación religiosa en la cual el bien (Ahura Mazda) y el mal (Ahramán) se trataban como entes contrapuestos, y sin embargo eran hermanos gemelos. ¿Acaso Zoroastro intuyó el origen análogo de estas fuerzas que subyacen en nuestro cerebro?  

 Estos fueron los fundamentos en los cuales me apoyé para escribir mi novela de fantasía “El Secreto del Dragón – La Revelación de los Sacros Papiros” en la que, a través de los ojos de un dragón escandinavo y una gárgola celta del siglo VII, pretendo introducir al lector en un viaje a su propio interior, en un intento por revelar nuestra verdadera esencia humana. A cada uno de nosotros le corresponde descubrir a su dragón y arrancarle sus más íntimos secretos para luego actuar en consecuencia.

 Hoy por hoy, el hombre se encuentra en una encrucijada: entre lo espiritual y lo material; lo divino y lo profano; la guerra y la paz; el Complejo R y el Neocórtex, pero tal vez ha olvidado que en sus manos se hallan los fundamentos para elegir su propio destino, de afrontar su responsabilidad y de escuchar, o no, a la serpiente que lleva dentro.

En palabras del filósofo griego Plotino yo diría que, todavía, el ser humano se halla a medio camino entre los dioses y las bestias.