viernes, 30 de abril de 2021

Día del niño

 

«Entonces le presentaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y orase, pero los discípulos los regañaban. Jesús dijo: “Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos”. Les impuso las manos y se marchó de allí.»

Mateo 19, 13-15



En su Audiencia General del 8 de abril de 2015, el Papa Francisco habla de las “historias de pasión” que hoy viven mucho de nuestros niños: abandono, rechazo, pobreza e, incluso, marcados como “un error”. Pero yo diría que hay mucho más: su maltrato, explotación y tráfico, como si se tratase de una mercancía con la cual lucrar, una arma con la cual atacar o un escudo con el cual protegerse.

En 1959, La Asamblea General de la ONU adoptó la Declaración de los Derechos del Niño en la que se establecen sus derechos a la protección, la educación, la atención sanitaria, la vivienda y a una nutrición adecuada. Yo añadiría a esta lista el desarrollo sustentable y sostenible, inclusión social a niños con capacidades diferentes y la no discriminación por ninguna causa o motivo, la libertad de expresar sus ideas e inquietudes y ser escuchados, entre otros.

Los escandalosos abusos sexuales de los niños tanto en ciertos círculos religiosos como políticos, deberían, en mi opinión, de considerarse como crímenes de lesa humanidad.

Pero qué significa “…de los que son como ellos es el reino de los cielos.” 

Un niño no se define tan sólo por su edad, sino por su infinita capacidad de alegría y de asombro.

Recuerdo una ocasión cuando una de mis nietas vio por primera vez una manada de bueyes cebúes. Mi esposa la cargaba en sus piernas, dentro del coche, cuando los animales eran llevados por el pastor. La niña comenzó a gritarles al tiempo que sacaba su manita por la ventanilla como queriendo alcanzarlos para tocarlos. Realmente ella estaba asombrada. Y nosotros nos asombramos por ello.


Mi asombro por el asombro que experimentó la niña, me condujo a un sentimiento que hacía mucho tiempo no había vivido; me sentí como un niño, otra vez: descubriendo el mundo y descubriéndose a sí mismo. Tal vez a esto se refería Jesucristo con aquella frase.

Quien ha perdido su capacidad de asombro ha perdido su inocencia, y no será capaz de experimentar lo que Él llama “el reino de los cielos”.

Quien ha tenido la increíble experiencia de ver crecer a un infante, criarlo, cuidarlo, alimentarlo y educarlo, como yo, estará de acuerdo que uno se ve reflejado en él, para bien o para mal.



Los niños son nuestro presente que se reflejará en el futuro. Tal vez, deberíamos preguntarnos qué generaciones futuras vamos a legarle a este mundo en lugar de preguntarnos qué mundo le dejaremos a las generaciones futuras.

Al tiempo.

PD: Hoy 30 de abril de 2021, mis novelas “Un cuento de tiranosaurios” y “El secreto del dragón”, estarán disponibles gratis en formato ebook. No dejen de obsequiárselos a un niño o a una niña.


viernes, 23 de abril de 2021

La Esperanza - ¿Un mal necesario?

 

De acuerdo con la Teogonía de Hesíodo, Prometeo provocó la ira de Zeus al haberle entregado el fuego a los hombres. Fue entonces que el poderoso dios del Olimpo ideó un plan para castigar a Prometeo y a los hombres.


Entonces le ordenó a Hefesto crear a una mujer con ciertos atributos: belleza, astucia, artista y curiosa. Esta mujer fue llamada Pandora, a quien Zeus le regaló una caja sellada con la consigna de que jamás debía abrirla.

Fue Hermes el encargado de llevar a Pandora a la Tierra para ser entregada a Epimeteo, hermano de Prometeo. Al ver la belleza e inteligencia de Pandora, Epimeteo la tomó como esposa. La caja de Zeus aún no había sido abierta.


Pero Pandora sería constantemente provocada por su propia curiosidad. ¿Qué contenía la caja? En múltiples ocasiones tuvo que luchar contra ello solamente detenida por el recuerdo de la orden dada por el olímpico dios. Pero Zeus, perversamente, contaba con que la curiosidad de Pandora hiciera su trabajo. Y así fue.

Finalmente, Pandora cedió a su curiosidad; abrió la caja y de allí salieron todos los males que aquejan al mundo, como la enfermedad, la envidia, la vanidad, el engaño, la locura, el vicio, la tristeza, y el crimen. Al ver aquello, rápidamente Pandora cerró la caja dejando encerrada la Esperanza.


Entonces, ¿la esperanza es un mal que Pandora evitó que saliera de la caja?

La palabra esperanza es una que proviene del latín sperare, cuya raíz spe significa expandirse, tener éxito o pie*. Esta raíz se encuentra en palabras como desesperar y prosperar.

La palabra esperanza está más relacionada con el deseo de que algo bueno suceda, más que con la fe. Fe, del latín fides, que significa lealtad; fidelidad (leal a una persona), fiel (la persona que guarda fidelidad), fehaciente, confianza, etc.

La Esperanza fue el primer mal que se le ocurrió a Zeus para vengarse de los hombres. La esperanza nos inhibe, nos ata, nos estanca en un estado incierto y futuro de las cosas que no nos permite tomar acciones en el presente.

Al tener la esperanza que sucedan ciertas cosas en nuestro beneficio, estamos atentando contra nuestro racionamiento, dejando nuestro destino en manos del azar o de la casualidad. Nos olvidamos, entonces, de la causalidad, es decir, de las causas u orígenes de nuestras acciones presentes que se traducirán en las consecuencias, buenas o malas, en el futuro cercano.

Pero ¿es la esperanza un mal necesario?

Muchas personas apelan a la esperanza en función de sus propias limitaciones. Les es imposible vivir sin ella. 

Muchos políticos y “líderes” se han aprovechado de la esperanza de las personas para utilizarla como un mecanismo de control social; de ganar adeptos a su causa, vendiéndola  como si fuera un bien tangible, medible e inmutable, intercambiándola perversamente con la Fe.

Sir Francis Bacon dijo: “La esperanza es un buen desayuno pero una mala cena”. 

Esto se puede interpretar como que la esperanza pude ser un buen comienzo (aunque engañoso) y cuyo final (la cena) es negativo.

Nietzsche coincide con este pensamiento: “La esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre.”

Podríamos concluir tomando como ciertas las célebres palabras del filósofo Séneca:

“LA VERDADERA FELICIDAD ES DISFRUTAR DEL PRESENTE SIN DEPENDENCIA ANSIOSA DEL FUTURO; NO ENTRETENERNOS CON ESPERANZAS O MIEDOS, SINO DESCANSAR SATISFECHOS CON LO QUE TENEMOS.”


* Según Isidoro de Sevilla, en el tomo II libro VIII de sus Etimologías, “la palabra esperanza viene a ser como el pie para caminar. La desesperación sería su contrario, porque allí donde faltan los pies no hay posibilidad alguna de andar.”




viernes, 16 de abril de 2021

¿Quién soy? ¿Qué soy?

 

En 1970 yo tenía diez años. Apenas unos cuantos meses atrás fui testigo, como muchos de los tres mil setecientos millones de personas que habitábamos este plantea, del despegue del Apolo 11 y de la histórica caminata de Amstrong y Aldrin, mientras Collins se convertía en el hombre más solitario al orbitar el lado oculto de la Luna. La guerra de Vietnam estaba en su apogeo. Se estaba gestando el Watergate que acabaría con el mandato de Richard Nixon y que le abriría la puerta, años después, a Robert Redford y Dustin Hoffman para su memorable película con este tema: “Todos los hombres del presidente”.

 

En ese año se transmitió, por primera vez, un mundial de fútbol por televisión a colores: México 70. Para tal acontecimiento, recuerdo que mi padre llevó un televisor a colores hecho en Alemania marca “Telefunken”; una maravilla de los tiempos modernos.

No existían la calculadora de bolsillo, la PC, Lap-Top, ni cualquier cosa que terminara en “pod” o “pad”. Tampoco había Internet ni telefonía celular. Los automóviles no poseían sistemas de frenos ABS, fuel injection, computadoras de viaje, y mucho menos GPS; los satélites que controlan este sistema de posicionamiento global apenas estaban en la mesa de proyectos.

Salíamos a la calle a jugar fútbol, bote pateado, canicas, al trompo y a juntarnos para platicar historias de horror no corroboradas ni atestiguadas por quienes las contaban.

 


Recuerdo que en casa de mi abuela materna, el mayor de los hermanos de mi madre llevó el más moderno aparato de grabación de voz, que consistía básicamente en una cinta magnética enrollada en un par de carretes, un micrófono de cable y un par de bocinas. 

Durante horas, junto con otros de mis tíos, experimentábamos y nos divertíamos haciendo sonidos de toda índole; hablábamos a través de aquel micrófono, imitando a los más famosos comentaristas y periodistas de la radio y la televisión de aquellos tiempos. Pero lo más interesante era escuchar nuestra propia voz. La mía me parecía extraña; irreconocible. Una experiencia que sólo experimentaría muchos años después al escribir mi primera novela. Alguien me dijo, después de leerla, que no me reconocía; que parecía ser la mente de otra persona. Yo mismo he experimentado esa sensación en las largas sesiones de revisión y corrección de mis novelas. 

 


En función de esto, me pregunto ¿quién soy? ¿Quién es este escritor Carl Cupper? 

Si me despojara en este momento de ese nombre, ¿quién sería yo? ¿Carl Cupper...? Ni siquiera es mi nombre real; es un seudónimo que utilizo para promover mis obras. 

Y si me despojara del nombre con el que me bautizaron mis padres, ¿quién sería o qué sería yo? Un hombre... 

 Recuerdo que hace unos años vi un programa de televisión en el cual se exponía un caso muy extraño. Una mujer, alta, con un gran y bien formado busto, grandes caderas y piernas torneadas que, a pesar de llevar un par de años casada, no podía quedar embarazada. Entonces acudió con los especialistas. Después de varios exámenes, en el renglón señalado como “género”, el analista tan sólo anotó un par de letras: “xy”. ¿xy? ¡Imposible! Debe haber un error. Volvamos al laboratorio. Nuevamente “xy”. No había duda, ella era, genéticamente, un hombre. Esta afección genética se le llama Síndrome de Turner. Una de las personas más famosas que tienen esta afección (pero no la padecen), es la actriz Linda Hunt, ganadora del Oscar como mejor actriz de reparto en la película “El año que vivimos en peligro”, de 1982.

 

 

¿Cómo definimos a un hombre o a una mujer? ¿Por su fisiología? ¿Por sus genes?

Entramos entonces en un dilema. 

Antes era fácil definir a un hombre, hablando del  sexo; una persona humana con rasgos muy distintivos: más alto que el promedio de las mujeres, pelo en la cara, voz gruesa y un pene. Pero a la luz de estos casos, ya no cabía esta definición. Entonces, si me despojo de mi género, ¿quién soy o qué soy? Una persona humana; un ser humano. ¿Qué es un ser humano? Corro al diccionario y dice: “Del Latín humanus, de homo, hombre. Que pertenece al hombre o le concierne: cuerpo humano. El género humano; el conjunto de los hombres. Compasivo, generoso: corazón humano. Sinónimo de bueno, bondadoso, caritativo, indulgente... etc.”

Francamente, una pobre definición. No me dice nada, ni se ajusta necesariamente a la realidad. Compasivo, bondadoso... ¿Entonces Hitler, Stalin, o Al Capone no eran humanos?


 Entonces me olvido de las definiciones del ser humano. Si me despojo de mi humanidad, sea lo que eso signifique, ¿quién soy o qué soy? Un ser vivo. ¿Qué significa eso? ¿Qué es la vida? 

Caso curioso el de los virus.

Los científicos han encontrado que un virus no se ajusta totalmente a lo que se considera como un ser vivo o viviente. Convencionalmente, un ser vivo nace, crece, se multiplica y muere. En este proceso existe una particularidad de los seres vivos, que es el metabolismo.

Resulta que los virus no nacen, no crecen ni se multiplican por sí mismos y tampoco tienen un metabolismo propio. Sólo se evidencian estas funciones cuando el virus ataca a una célula y deposita su paquete de ADN en ella. Entonces, un virus, por sí mismo ¿está vivo o no? Entonces, ¿qué es la vida? En función de esto ¿cómo sé que soy un ser vivo? Me refugio en una de mis frases favoritas: “Pienso luego existo” de Rene Decartes. Pero no me quedo conforme con ello. No me dice en realidad nada acerca de lo que es la vida o un ser vivo; sólo de mi existencia en una parte del Universo. El escritorio donde me apoyo para escribir estas notas no piensa y sin embargo existe pero no está vivo. O cuando menos esa es mi impresión. Entonces me olvido de lo que es la vida y sus vagas y limitadas definiciones. Pero la pregunta persiste: ¿Quién soy o qué soy?

 En mi novela de fantasía “El secreto del dragón – La revelación de los Sacros papiros” planteo la posibilidad de averiguar nuestros orígenes más profundos como individuos.

Pero la pregunta persiste: ¿sabes quién eres o qué eres?

Tal vez la pregunta, en realidad, no tiene ninguna trascendencia. Creo que con que sintamos cada segundo de nuestra vida; cada momento y lo disfrutemos, con risas o llantos, sabremos entonces que somos un ente con esa capacidad, además de pensar y de discernir dentro de una esfera a la que llamamos Universo.

No requerimos encontrar el sentido de la vida, sino de darle sentido a la nuestra.

viernes, 9 de abril de 2021

El estrés hídrico - el gran desafío actual de la humanidad

 El calentamiento global, que ha producido un drástico cambio en el clima del planeta, no sólo nos ha traído incendios e inundaciones en México, los Estados Unidos, Europa, China, Australia e Indonesia, sino una peligrosa escasez de agua potable. A este fenómeno se le ha llamado como estrés hídrico.

Actualmente, una de cada seis personas en el mundo no tienen suficiente acceso al agua potable. Según los datos del World Resources Institute (WRI) “más de 1,000 millones de personas viven, en la actualidad, en regiones con escasez de agua, y hasta 3,500 millones podrían sufrir escasez de agua en 2025.”

La falta de lluvias en casi todo México y en cerca de la mitad del territorio de los Estados Unidos, pone en gran riesgo nuestra seguridad alimentaria. Una gran cantidad de tierra en ambos países se ha vuelto en un yermo; un páramo incultivable en el cual la industria agropecuaria tiene un futuro incierto. Y las tierras de agostadero no son la excepción. Una gran cantidad de ganado ha muerto de sed y de hambre en ambos lados de la frontera. El aumento de precios en muchos de nuestros alimentos, da cuenta de ello.


Y el futuro no pinta mejor. Las emisiones de gases de efecto invernadero, como el CO2 y el Metano, superaron todos los pronósticos al alcanzar 415.6 ppm (partes por millón) hasta abril de 2020. En abril 3 de 2021 este índice alcanzó 421.21 ppm, 1.35% de aumento. Esto quiere decir que hemos superado las emisiones de CO2 registradas antes de la pandemia del Coronavirus, que nos obligó a disminuir las actividades industriales en todo el mundo.

La acidificación de los océanos ha puesto en riesgo la supervivencia del fitoplancton, los arrecifes de coral y muchas especies marinas de las cuales nos alimentamos; es decir, hemos puesto nuestra propia supervivencia en un gran riesgo.


¿Qué nos espera de no tomar acciones? Un desastre sin precedente.

Pero, ¿qué podemos hacer los ciudadanos al margen de los gobiernos y los acuerdos internacionales?

Primero, hacer conciencia de lo que REALMENTE está pasando. Subsecuentemente, tomar medidas para disminuir nuestra huella de carbono: cuidar el agua al extremo, disminuir el uso del automóvil y caminar más, ahorrar energía eléctrica, disminuir el uso de plásticos no-biodegradables e incremetar su reciclaje, depositar adecuadamente nuestra basura y consumir menos alimentos de origen animal y productos industrializados.



En mi novela “Dos estrellitas y el agujero negro” pongo en contexto las consecuencias que tendremos que afrontar como especie de continuar con nuestra indiferencia e irresponsabilidad. Aunque es un relato escrito principalmente para jóvenes y niños, pienso que los adultos también lo disfrutarán y, con un poco de suerte, coadyuvará a reflexionar ante el desastre en ciernes que nosotros mismo hemos provocado.

Al tiempo.


viernes, 2 de abril de 2021

La generosidad y las células espejo

          En el prólogo de mi novela “Vivir muriendo, morir viviendo”, hago hincapié en que para solventar muchos de los problemas que actualmente azotan a la humanidad, es la unión; la solidaridad entre nosotros. Esta solidaridad proviene de la generosidad que cada uno alberga de manera natural.

La palabra generosidad está compuesta por una radical muy interesante: “gen” o “gene”. Esta palabra significa origen, principio o nacimiento. De aquí, la palabra «generosidad» implica que todo aquél que la practica es un bien nacido; de buena raza o linaje; de buen origen.

 Ahora bien: a la luz de la gran cantidad de egoísmo que a diario podemos apreciar en nuestro entorno, ¿por qué afirmo que la generosidad es una condición natural de la humanidad?

En 1996, un grupo de científicos* encontró que ciertas neuronas, cuyas funciones ya se conocían, tienen la capacidad de inducir al individuo a la empatía. Estas neuronas, llamadas “neuronas de sensibilidad al dolor” (que nos alertan de un peligro potencial que debemos evitar), se encienden cuando sufrimos algún daño; por ejemplo, un pinchazo en el dedo. Pero los investigadores encontraron que estas células también se encienden cuando el individuo observa a otro de sus congéneres ser pinchado en el dedo. Por esta nueva función la llamaron “espejo”. De tal manera que se puede decir que estas neuronas disuelven la barrera entre el «yo» y los demás, y demuestran que nuestro cerebro está facultado naturalmente para sentir empatía y compasión por el dolor ajeno. Son, por así decirlo, “células de realidad virtual” y por lo tanto nuestro cerebro es capaz de simular lo que los demás están sintiendo.

 No obstante, parece que hemos perdido esta capacidad natural de sentir empatía ante el dolor ajeno. El avance de la tecnología en las comunicaciones tal vez tenga que ver con ello. Si observamos a nuestros jóvenes, concluiremos que sus “células de realidad virtual” o “espejo” están constantemente bombardeadas por la realidad virtual tecnológica. Pasan demasiadas horas frente al televisor, en los videojuegos y navegando por la Internet. Tal parece que esta exposición a la realidad virtual que ofrecen estos medios de comunicación, han anulado o, en el mejor de los casos, confundido la sensibilidad de nuestras células “espejo”, de tal forma que lo que antes apreciábamos como un dolor auténtico de nuestros semejantes, ahora lo identificamos, en muchas ocasiones como una realidad virtual auténtica; es decir, un dolor sintético no existente.


En mi opinión, la interacción personal debe fomentarse entre nuestros jóvenes; que tengan relaciones reales entre ellos. Debemos incitarlos a salir a jugar o practicar algún deporte, y a tener un mayor número de “enfrentamientos” cara a cara, como antes lo hiciera mi propia generación y la de mis padres. Sólo así podremos reactivar nuestra natural sensibilidad ante lo que nuestros semejantes experimentan y podremos entonces actuar en consecuencia. Pero con la actual pandemia del COVID-19, esto se ha vuelto casi imposible. No obstante, con las tecnologías actuales aún podemos rescatar algo de esas interacciones personales de las que antes gozábamos, esperando que la distancia social que ahora tenemos que guardar sea cosa del pasado, muy pronto.

 El espíritu de mi novela “Vivir muriendo morir viviendo” es el de hacer un llamado a nuestras neuronas espejo a que concurran en ayuda de quienes nos necesitan.

Aunque esta novela la desarrollé con el ánimo de incitar al lector a la donación de sus órganos, podríamos extrapolarla a todo aquello que nos afecta en nuestro diario devenir, directa o indirectamente.

 «Es con la generosidad, y sólo con ella, que podremos justificar nuestra presunción de ser una especie tocada por la mano de Dios»

 * Giacomo Rizzolatti, Giuseppe di Pellegrino, Luciano Fadiga, Leonardo Fogassi y Vittorio Gallese de la universidad de Parma, en Italia