Entre los dioses y las bestias
Por: Carl Cupper
La expulsión
de Adán y Eva del Paraíso ha sido tratada por siempre como un asunto religioso;
un dogma. Así, cristianos, judíos y musulmanes han explicado el inicio de
nuestra condición humana a la luz de lo relatado en el libro del Génesis,
responsabilizando a la serpiente de todas nuestras vicisitudes a lo largo de la
Historia. Así lo narra John
Milton, de manera magistral, en su obra El
Paraíso Perdido. Sin embargo, ¿es esto verdad? Si es así, ¿entonces no somos
responsables de nuestros actos en el diario acontecer?
Según el Dr. Paul MacLean, el cerebro humano está formado por tres clases de elementos motrices:
El Complejo R o Reptílico, el Sistema Límbico y el moderno Neocórtex, en donde
se han concebido las obras más sublimes y las más terribles del hombre.
En el Complejo
R se llevan a cabo las funciones básicas del individuo; la actividad sexual, la
alimentación, la respiración, el instinto de conservación y la agresividad,
entre otras. Es una reminiscencia de nuestros antepasados más remotos. Sin
embargo, la conservamos, ya que sin ella no podríamos vivir.
Las luchas a
través de la Historia, desde las guerras territoriales hasta las interreligiosas,
así como el crimen organizado y el terrorismo, han sido alentadas, en mi
opinión, por un Complejo R desatado. Éste es incapaz por sí mismo de crear. Sin
embargo, tiene la capacidad de “hablarle” al Neocórtex y de llevarlo, en muchas
ocasiones, a un estado de agresividad
exacerbado.
Considerando
esto, yo sostengo que los dragones realmente existen. Para encontrar a uno, tan
sólo debemos mirarnos al espejo. No es una metáfora. Físicamente, un dragón
vive en cada uno de nosotros, representado por el Complejo R. Para apoyar esta
afirmación, reflexionemos en la cantidad de fuego que cotidianamente nos
arrojamos unos contra otros, no sólo con las armas sino también con palabras y
silencios, con actos y omisiones, con desinterés e ignorancia, y hasta con
miradas directas y de soslayo. No obstante, en cualquier momento puede
despertar lo más noble de nuestra naturaleza humana y entregarnos
desinteresadamente en auxilio de quienes nos necesitan. Recordemos lo
acontecido luego del terremoto del 19 de septiembre, de los terribles sucesos
del 11 de septiembre y tras el tsunami en Indonesia, sólo
por citar algunos. El mundo entero se volcó en favor de las víctimas, y muchos
ni siquiera repararon en su propia seguridad.
Por otro lado,
a diario alimentamos al monstruo con nuestros dogmas y prejuicios, heredados, muchas veces, de nuestros ancestros, provocando en todo el mundo un sentimiento de
inseguridad extraordinario, sobre los cuales el terrorismo ha asentado sus
reales.
Pero no
reparamos en que cada uno de nosotros somos el producto de las creencias de
nuestros antepasados. Si yo hubiera nacido en Irán, seguramente mi fe se
basaría en el Islam y no en el cristianismo. Pero, al parecer, hemos olvidado
que las tres principales religiones tienen el mismo origen: Abraham concibió
con su esclava Agar a Ismael, padre de la etnia árabe de la cual nacieron
Mahoma y el Islam. ¿Cuántos de nosotros profesamos nuestra fe por convicción y
no como resultado de la herencia de
nuestros padres?
El monoteísmo
tuvo su origen en Egipto bajo el reinado del faraón Akenatón, hace más de 3300
años, quien instauró por decreto la adoración a Atón (representado por el disco
solar). Luego, alrededor del siglo IV a.C. Zoroastro (Zarathustra) fundó en
Persia una religión basada en una deidad llamada Ahura Mazda (Señor Sabio), de
la que, según los expertos, probablemente dio origen a la religión judía.
El mazdeísmo o
zoroastrismo fue la primera manifestación religiosa en la cual el bien (Ahura
Mazda) y el mal (Ahramán) se trataban como entes contrapuestos, y sin embargo
eran hermanos gemelos. ¿Acaso Zoroastro intuyó el origen análogo de estas
fuerzas que subyacen en nuestro cerebro?
Estos fueron
los fundamentos en los cuales me apoyé para escribir mi novela de fantasía “El Secreto del Dragón – La Revelación de
los Sacros Papiros” en la que, a través de los ojos de un dragón
escandinavo y una gárgola celta del siglo VII, pretendo introducir al lector en
un viaje a su propio interior, en un intento por revelar nuestra verdadera
esencia humana. A cada uno de nosotros le corresponde descubrir a su dragón y
arrancarle sus más íntimos secretos para luego actuar en consecuencia.
Hoy por hoy,
el hombre se encuentra en una encrucijada: entre lo espiritual y lo material;
lo divino y lo profano; la guerra y la paz; el Complejo R y el Neocórtex, pero
tal vez ha olvidado que en sus manos se hallan los fundamentos para elegir su
propio destino, de afrontar su responsabilidad y de escuchar, o no, a la
serpiente que lleva dentro.
En palabras
del filósofo griego Plotino yo diría que, todavía, el ser humano se halla a medio
camino entre los dioses y las bestias.