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viernes, 2 de abril de 2021

La generosidad y las células espejo

          En el prólogo de mi novela “Vivir muriendo, morir viviendo”, hago hincapié en que para solventar muchos de los problemas que actualmente azotan a la humanidad, es la unión; la solidaridad entre nosotros. Esta solidaridad proviene de la generosidad que cada uno alberga de manera natural.

La palabra generosidad está compuesta por una radical muy interesante: “gen” o “gene”. Esta palabra significa origen, principio o nacimiento. De aquí, la palabra «generosidad» implica que todo aquél que la practica es un bien nacido; de buena raza o linaje; de buen origen.

 Ahora bien: a la luz de la gran cantidad de egoísmo que a diario podemos apreciar en nuestro entorno, ¿por qué afirmo que la generosidad es una condición natural de la humanidad?

En 1996, un grupo de científicos* encontró que ciertas neuronas, cuyas funciones ya se conocían, tienen la capacidad de inducir al individuo a la empatía. Estas neuronas, llamadas “neuronas de sensibilidad al dolor” (que nos alertan de un peligro potencial que debemos evitar), se encienden cuando sufrimos algún daño; por ejemplo, un pinchazo en el dedo. Pero los investigadores encontraron que estas células también se encienden cuando el individuo observa a otro de sus congéneres ser pinchado en el dedo. Por esta nueva función la llamaron “espejo”. De tal manera que se puede decir que estas neuronas disuelven la barrera entre el «yo» y los demás, y demuestran que nuestro cerebro está facultado naturalmente para sentir empatía y compasión por el dolor ajeno. Son, por así decirlo, “células de realidad virtual” y por lo tanto nuestro cerebro es capaz de simular lo que los demás están sintiendo.

 No obstante, parece que hemos perdido esta capacidad natural de sentir empatía ante el dolor ajeno. El avance de la tecnología en las comunicaciones tal vez tenga que ver con ello. Si observamos a nuestros jóvenes, concluiremos que sus “células de realidad virtual” o “espejo” están constantemente bombardeadas por la realidad virtual tecnológica. Pasan demasiadas horas frente al televisor, en los videojuegos y navegando por la Internet. Tal parece que esta exposición a la realidad virtual que ofrecen estos medios de comunicación, han anulado o, en el mejor de los casos, confundido la sensibilidad de nuestras células “espejo”, de tal forma que lo que antes apreciábamos como un dolor auténtico de nuestros semejantes, ahora lo identificamos, en muchas ocasiones como una realidad virtual auténtica; es decir, un dolor sintético no existente.


En mi opinión, la interacción personal debe fomentarse entre nuestros jóvenes; que tengan relaciones reales entre ellos. Debemos incitarlos a salir a jugar o practicar algún deporte, y a tener un mayor número de “enfrentamientos” cara a cara, como antes lo hiciera mi propia generación y la de mis padres. Sólo así podremos reactivar nuestra natural sensibilidad ante lo que nuestros semejantes experimentan y podremos entonces actuar en consecuencia. Pero con la actual pandemia del COVID-19, esto se ha vuelto casi imposible. No obstante, con las tecnologías actuales aún podemos rescatar algo de esas interacciones personales de las que antes gozábamos, esperando que la distancia social que ahora tenemos que guardar sea cosa del pasado, muy pronto.

 El espíritu de mi novela “Vivir muriendo morir viviendo” es el de hacer un llamado a nuestras neuronas espejo a que concurran en ayuda de quienes nos necesitan.

Aunque esta novela la desarrollé con el ánimo de incitar al lector a la donación de sus órganos, podríamos extrapolarla a todo aquello que nos afecta en nuestro diario devenir, directa o indirectamente.

 «Es con la generosidad, y sólo con ella, que podremos justificar nuestra presunción de ser una especie tocada por la mano de Dios»

 * Giacomo Rizzolatti, Giuseppe di Pellegrino, Luciano Fadiga, Leonardo Fogassi y Vittorio Gallese de la universidad de Parma, en Italia