En el prólogo de mi novela “Vivir muriendo, morir viviendo”, hago hincapié en que para solventar muchos de los problemas que actualmente azotan a la humanidad, es la unión; la solidaridad entre nosotros. Esta solidaridad proviene de la generosidad que cada uno alberga de manera natural.
La palabra generosidad está compuesta por una radical muy interesante:
“gen” o “gene”. Esta palabra significa origen, principio o nacimiento. De aquí,
la palabra «generosidad» implica que todo aquél que la practica es un bien
nacido; de buena raza o linaje; de buen origen.
Ahora bien: a la luz de la gran
cantidad de egoísmo que a diario podemos apreciar en nuestro entorno, ¿por qué
afirmo que la generosidad es una condición natural de la humanidad?
En 1996, un grupo de científicos* encontró que ciertas neuronas, cuyas funciones
ya se conocían, tienen la capacidad de inducir al individuo a la empatía. Estas
neuronas, llamadas “neuronas de sensibilidad al dolor” (que nos alertan de
un peligro potencial que debemos evitar), se encienden cuando sufrimos algún daño;
por ejemplo, un pinchazo en el dedo. Pero los investigadores encontraron que
estas células también se encienden cuando el individuo observa a otro de sus
congéneres ser pinchado en el dedo. Por esta nueva función la llamaron “espejo”. De tal manera
que se puede decir que estas neuronas disuelven la barrera entre el «yo» y los
demás, y demuestran que nuestro cerebro está facultado naturalmente para sentir
empatía y compasión por el dolor ajeno. Son, por así decirlo, “células de
realidad virtual” y por lo tanto nuestro cerebro es capaz de simular lo que los
demás están sintiendo.
En mi opinión, la interacción personal debe fomentarse entre nuestros
jóvenes; que tengan relaciones reales entre ellos. Debemos incitarlos a salir a jugar o practicar algún deporte, y a
tener un mayor número de “enfrentamientos” cara a cara, como antes lo hiciera
mi propia generación y la de mis padres. Sólo así podremos reactivar nuestra
natural sensibilidad ante lo que nuestros semejantes experimentan y podremos
entonces actuar en consecuencia. Pero con la actual pandemia del COVID-19, esto
se ha vuelto casi imposible. No obstante, con las tecnologías actuales aún
podemos rescatar algo de esas interacciones personales de las que antes
gozábamos, esperando que la distancia social que ahora tenemos que guardar sea cosa
del pasado, muy pronto.
El espíritu de mi novela “Vivir muriendo morir viviendo” es el de hacer un llamado a nuestras neuronas espejo a que concurran en ayuda de quienes nos necesitan.
Aunque esta novela la desarrollé con el ánimo de incitar al lector a la
donación de sus órganos, podríamos extrapolarla a todo aquello que nos afecta en nuestro diario devenir, directa o indirectamente.
«Es con la generosidad, y sólo con ella, que podremos justificar nuestra presunción de ser una especie tocada por la mano de Dios»
* Giacomo Rizzolatti, Giuseppe di Pellegrino, Luciano Fadiga, Leonardo Fogassi y Vittorio Gallese de la universidad de Parma, en Italia