viernes, 16 de abril de 2021

¿Quién soy? ¿Qué soy?

 

En 1970 yo tenía diez años. Apenas unos cuantos meses atrás fui testigo, como muchos de los tres mil setecientos millones de personas que habitábamos este plantea, del despegue del Apolo 11 y de la histórica caminata de Amstrong y Aldrin, mientras Collins se convertía en el hombre más solitario al orbitar el lado oculto de la Luna. La guerra de Vietnam estaba en su apogeo. Se estaba gestando el Watergate que acabaría con el mandato de Richard Nixon y que le abriría la puerta, años después, a Robert Redford y Dustin Hoffman para su memorable película con este tema: “Todos los hombres del presidente”.

 

En ese año se transmitió, por primera vez, un mundial de fútbol por televisión a colores: México 70. Para tal acontecimiento, recuerdo que mi padre llevó un televisor a colores hecho en Alemania marca “Telefunken”; una maravilla de los tiempos modernos.

No existían la calculadora de bolsillo, la PC, Lap-Top, ni cualquier cosa que terminara en “pod” o “pad”. Tampoco había Internet ni telefonía celular. Los automóviles no poseían sistemas de frenos ABS, fuel injection, computadoras de viaje, y mucho menos GPS; los satélites que controlan este sistema de posicionamiento global apenas estaban en la mesa de proyectos.

Salíamos a la calle a jugar fútbol, bote pateado, canicas, al trompo y a juntarnos para platicar historias de horror no corroboradas ni atestiguadas por quienes las contaban.

 


Recuerdo que en casa de mi abuela materna, el mayor de los hermanos de mi madre llevó el más moderno aparato de grabación de voz, que consistía básicamente en una cinta magnética enrollada en un par de carretes, un micrófono de cable y un par de bocinas. 

Durante horas, junto con otros de mis tíos, experimentábamos y nos divertíamos haciendo sonidos de toda índole; hablábamos a través de aquel micrófono, imitando a los más famosos comentaristas y periodistas de la radio y la televisión de aquellos tiempos. Pero lo más interesante era escuchar nuestra propia voz. La mía me parecía extraña; irreconocible. Una experiencia que sólo experimentaría muchos años después al escribir mi primera novela. Alguien me dijo, después de leerla, que no me reconocía; que parecía ser la mente de otra persona. Yo mismo he experimentado esa sensación en las largas sesiones de revisión y corrección de mis novelas. 

 


En función de esto, me pregunto ¿quién soy? ¿Quién es este escritor Carl Cupper? 

Si me despojara en este momento de ese nombre, ¿quién sería yo? ¿Carl Cupper...? Ni siquiera es mi nombre real; es un seudónimo que utilizo para promover mis obras. 

Y si me despojara del nombre con el que me bautizaron mis padres, ¿quién sería o qué sería yo? Un hombre... 

 Recuerdo que hace unos años vi un programa de televisión en el cual se exponía un caso muy extraño. Una mujer, alta, con un gran y bien formado busto, grandes caderas y piernas torneadas que, a pesar de llevar un par de años casada, no podía quedar embarazada. Entonces acudió con los especialistas. Después de varios exámenes, en el renglón señalado como “género”, el analista tan sólo anotó un par de letras: “xy”. ¿xy? ¡Imposible! Debe haber un error. Volvamos al laboratorio. Nuevamente “xy”. No había duda, ella era, genéticamente, un hombre. Esta afección genética se le llama Síndrome de Turner. Una de las personas más famosas que tienen esta afección (pero no la padecen), es la actriz Linda Hunt, ganadora del Oscar como mejor actriz de reparto en la película “El año que vivimos en peligro”, de 1982.

 

 

¿Cómo definimos a un hombre o a una mujer? ¿Por su fisiología? ¿Por sus genes?

Entramos entonces en un dilema. 

Antes era fácil definir a un hombre, hablando del  sexo; una persona humana con rasgos muy distintivos: más alto que el promedio de las mujeres, pelo en la cara, voz gruesa y un pene. Pero a la luz de estos casos, ya no cabía esta definición. Entonces, si me despojo de mi género, ¿quién soy o qué soy? Una persona humana; un ser humano. ¿Qué es un ser humano? Corro al diccionario y dice: “Del Latín humanus, de homo, hombre. Que pertenece al hombre o le concierne: cuerpo humano. El género humano; el conjunto de los hombres. Compasivo, generoso: corazón humano. Sinónimo de bueno, bondadoso, caritativo, indulgente... etc.”

Francamente, una pobre definición. No me dice nada, ni se ajusta necesariamente a la realidad. Compasivo, bondadoso... ¿Entonces Hitler, Stalin, o Al Capone no eran humanos?


 Entonces me olvido de las definiciones del ser humano. Si me despojo de mi humanidad, sea lo que eso signifique, ¿quién soy o qué soy? Un ser vivo. ¿Qué significa eso? ¿Qué es la vida? 

Caso curioso el de los virus.

Los científicos han encontrado que un virus no se ajusta totalmente a lo que se considera como un ser vivo o viviente. Convencionalmente, un ser vivo nace, crece, se multiplica y muere. En este proceso existe una particularidad de los seres vivos, que es el metabolismo.

Resulta que los virus no nacen, no crecen ni se multiplican por sí mismos y tampoco tienen un metabolismo propio. Sólo se evidencian estas funciones cuando el virus ataca a una célula y deposita su paquete de ADN en ella. Entonces, un virus, por sí mismo ¿está vivo o no? Entonces, ¿qué es la vida? En función de esto ¿cómo sé que soy un ser vivo? Me refugio en una de mis frases favoritas: “Pienso luego existo” de Rene Decartes. Pero no me quedo conforme con ello. No me dice en realidad nada acerca de lo que es la vida o un ser vivo; sólo de mi existencia en una parte del Universo. El escritorio donde me apoyo para escribir estas notas no piensa y sin embargo existe pero no está vivo. O cuando menos esa es mi impresión. Entonces me olvido de lo que es la vida y sus vagas y limitadas definiciones. Pero la pregunta persiste: ¿Quién soy o qué soy?

 En mi novela de fantasía “El secreto del dragón – La revelación de los Sacros papiros” planteo la posibilidad de averiguar nuestros orígenes más profundos como individuos.

Pero la pregunta persiste: ¿sabes quién eres o qué eres?

Tal vez la pregunta, en realidad, no tiene ninguna trascendencia. Creo que con que sintamos cada segundo de nuestra vida; cada momento y lo disfrutemos, con risas o llantos, sabremos entonces que somos un ente con esa capacidad, además de pensar y de discernir dentro de una esfera a la que llamamos Universo.

No requerimos encontrar el sentido de la vida, sino de darle sentido a la nuestra.

6 comentarios:

  1. Demasiado profundo el tema pero cierto, pienso que lo fundamental es asumir que como pobladores de este planeta y vecinos del universo, yo soy responsable y respetuosos del único planeta que tenemos y soy un ser humano unico e irrepetible, con defectos y afectos y sobre todo...lo mas maravilloso...soy madre, y con eso me quedo.

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  2. Excelente reflexión, en los años anteriores donde convivíamos realmente con nuestros amigos, disfrutábamos jugar , reírnos y todo lo que conllevaba una amistad , esos tiempos maravillosos jamás regresarán, en la actualidad todo es más distante y complejo hasta se podría decir conveniente. En realidad nunca me he preguntado , quién soy o qué soy, simplemente quiero vivir lo que siento con la mayor sabiduría posible para disfrutarla.

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    1. Muchas gracias, Susi! No podemos regresar a aquellos maravillosos tiempos, pero siempre podremos encontrar muchas cosas en los actuales con lo que podemos crecer y disfrutar.

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  3. El dilema propuesto es muy antiguo y extremadamente personal, y más obscuro y profundo cuando nos percatamos de que en realidad no somos uno, sino al menos tres entes diferentes, cómo nos percibimos, cómo somos realmente y como nos perciben los demás. Inteligente la conclusión pero no resolutiva ya que finalmente solo concluye que nunca somos, sino que nos inventamos momento a momento. Felicidades.

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    1. Muchas gracias por tu excelente comentario. Este tipo de observaciones y reflexiones enriquecen el pensamiento y amplían sus horizontes. Un saludo.

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