sábado, 12 de noviembre de 2022

La esclavitud y la libertad

El buque “La Amistad”, de bandera española, en 1839 sufre un motín en medio de una tormenta cuando uno de los esclavos que llevaba el barco logra quitarse las cadenas para después liberar a sus compañeros. Entonces, se desata el infierno para la tripulación del barco. Fue rescatado por el buque “Washington” de la marina de los Estados Unidos y fue llevado Connecticut. Después, se llevó cabo un juicio para determinar la situación legal de estas personas.

En 1997, Steven Spielberg realizó una película a partir de estos hechos. Los actores principales fueron: Morgan Freeman, Anthony Hopkins y Matthew McConaughe, entre otros.
La película cuyo título es “Amistad”, recibió muchas críticas negativas por varios aspectos.



Pero más allá de estas críticas, lo más interesante para mí fue el proceso legal que estas personas enfrentaron en aras de alcanzar su libertad.

 Pero, ¿qué es la libertad? ¿Cómo podríamos definirla? Encontré un par de definiciones:

1. Facultad y derecho de las personas para elegir de manera responsable su propia forma de actuar dentro de una sociedad. "La libertad es un derecho humano básico."

2. Estado o condición de la persona que es libre, que no está en la cárcel ni sometida a la voluntad de otro, ni está constreñida por una obligación, deber, disciplina, etc.


 Analicemos la primera: “Elegir de manera responsable su propia forma de actuar…”
Y aquí nos enfrentamos con otro concepto muy amplio:

Responsable, del latín, responsāre “responder”.

1. Obligado a responder de algo o por alguien.

2. Dicho de una persona: Que pone cuidado y atención en lo que hace o decide.

3. Persona que tiene a su cargo la dirección y vigilancia del trabajo en fábricas, establecimientos, oficinas, inmuebles, etc.

 La última definición la voy a obviar porque podría definirse también como encargado, gerente, director, supervisor, etc., que al final de cuentas responde por varias cosas frente a muchos entes, como los clientes, los proveedores, los empleados, el gobierno, etc.

Cuando hablamos de responsabilidad lo primero que se me ocurre es preguntarme: ¿Soy responsable conmigo mismo? Porque puedo elegir, por ejemplo, comer cosas sanas, que afectan positivamente a mi cuerpo. O comer comida chatarra, que afecta de manera contraria a mi organismo. Sin embrago, ¿en cuál de estos dos casos encontramos la libertad?

Una cosa es la libertad y otra el libre albedrío. Este último concepto implica la capacidad de elegir entre las opciones, pero la libertad plena es aquella que nos permite elegir la opción que más nos beneficia e inclusive que beneficia a otros, física o espiritualmente (aunque esto último depende de muchos otros factores, como la religión).

 Jesucristo nos dijo: “La verdad os hará libres” (Juan 8:31-32). ¿Qué quiso decir con esto? ¿A qué verdad se refería? ¿De qué nos libertaría esa verdad?


Desde luego que las interpretaciones de todos estos conceptos son muy amplias y complejas, y más aún si nos remitimos a los tiempos, lugares y circunstancias en que han sido definidos.

Para Emmanuel Kant, la libertad del hombre se define como la facultad de auto-legislación; como la capacidad que tiene la razón de ser práctica y de procurarse leyes que emplacen la acción moralmente. Los hombres son así definidos como sujetos auto-legisladores y en cuya capacidad radica su dignidad humana.


Para el existencialista Jean-Paul Sartre, “El hombre está condenado a ser libre”. Significa que la libertad es inherente a la condición humana y que, por ello, el hombre es absolutamente responsable del uso que haga de ella.


Desde mi personal punto de vista, la libertad consiste en abolirnos de todo aquello que nos causa dolor a nosotros mismos y a los demás. Considero que, actualmente, nuestra principal cautiverio radica en la codicia; la avaricia, que puede definirse como una ambición desmedida por el dinero, por el poder o por ambas.

 Así, vemos cómo muchos líderes políticos y empresariales basan sus acciones en la codicia, desprendiéndose de todo escrúpulo con tal de alcanzar sus objetivos y satisfacer sus aviesas ambiciones sin reparar en el daño que hacen a los demás.

 Parece que el ser humano es esclavo de la codicia.

jueves, 1 de septiembre de 2022

Casandra y el medio ambiente

 En el año 547 a.C. Creso, rey de Lidia, invadió a Persia, cuyo rey era Ciro II El Grande, con la intención de someterla. Antes de atacar al imperio persa, Creso envió a un mensajero al Oráculo de Delfos para que le respondiera qué sucedería si atacaba a Persia. El oráculo le contesto: “Si conduces un ejército hacia el Este y cruzas el río Halis, destruirías un imperio.” Creso, entonces, marchó hacia el Halis, pensando que los dioses estaban en su favor. Pero allí mismo fue derrotado estrepitosamente junto con sus aliados.


El oráculo había vaticinado el futuro de tal forma que se cumpliría tanto si Creso triunfaba como si era derrotado. Lo más juicioso hubiera sido que Creso le preguntara al oráculo a qué imperio se refería.

Hacer las preguntas correctas conduce a respuestas correctas; o al menos, mejor articuladas y más apegadas a la verdad.


Esta lección es aplicable a los oráculos de hoy en día: científicos, universidades, ambientalistas y muchos grupos de interés que se centran en problemáticas locales o a nivel mundial. Sin embargo, los políticos de hoy raramente envían preguntas a estos modernos oráculos, y ni que decir si las hacen correctamente y si acaso son capaces de interpretarlas cabalmente.

Los políticos de hoy precisan no sólo de hacer las preguntas pertinentes a varias problemáticas, sino de entender las respuestas e involucrarse más en lo que la ciencia y la tecnología nos ofrecen para atenderlas y enfrentarlas. Hoy por hoy, el cambio climático debería ser la mayor preocupación entre esta élite a nivel mundial.


El peligro que enfrentamos con el cambio climático demanda tiempo, recursos, conocimiento e inclusive un cambio radical en nuestra forma de vida, no sólo en las políticas de orden público sino, literalmente, en nuestra conducta personal en nuestro diario devenir.


Casandra, princesa de Troya, la más bella e inteligente de las hijas del rey Príamo, fue seducida por Apolo, quien le ofreció el don de la profecía. Ella aceptó. Sin embargo, finalmente Casandra desestimó su cortejo y lo rechazó.

Apolo, enfurecido, no podía retirarle el don que ya le había dado a la princesa pero, en cambio, la confinó a un destino cruel: que nadie creyera sus profecías que vaticinaban la destrucción de Troya.


Eso es, al parecer, lo que la ciencia está enfrentando: el síndrome de Casandra.

Pero más allá de lo que la ciencia nos ha estado vaticinando desde hace décadas, debemos mirar los hechos, que son incontrovertibles: sequías en donde antes ni siquiera nos imaginábamos, como en Inglaterra, inundaciones de proporciones bíblicas nunca antes vistas, como en Pakistán, incendios arrasadores como en Alaska y Siberia, y un serie de innumerables casos en donde la madre naturaleza nos hace una advertencia: ponemos atención en lo que estamos causando o pagaremos muy caro las consecuencias.


De nosotros depende la respuesta. La pelota está en nuestra cancha.