En el año 547 a.C. Creso, rey de Lidia, invadió a Persia, cuyo rey era Ciro II El Grande, con la intención de someterla. Antes de atacar al imperio persa, Creso envió a un mensajero al Oráculo de Delfos para que le respondiera qué sucedería si atacaba a Persia. El oráculo le contesto: “Si conduces un ejército hacia el Este y cruzas el río Halis, destruirías un imperio.” Creso, entonces, marchó hacia el Halis, pensando que los dioses estaban en su favor. Pero allí mismo fue derrotado estrepitosamente junto con sus aliados.
El oráculo había vaticinado el futuro de tal forma que se
cumpliría tanto si Creso triunfaba como si era derrotado. Lo más juicioso hubiera
sido que Creso le preguntara al oráculo a qué imperio se refería.
Hacer las preguntas correctas conduce a respuestas
correctas; o al menos, mejor articuladas y más apegadas a la verdad.
Esta lección es aplicable a los oráculos de hoy en día:
científicos, universidades, ambientalistas y muchos grupos de interés que se
centran en problemáticas locales o a nivel mundial. Sin embargo, los políticos
de hoy raramente envían preguntas a estos modernos oráculos, y ni que decir si las
hacen correctamente y si acaso son capaces de interpretarlas cabalmente.
Los políticos de hoy precisan no sólo de hacer las preguntas
pertinentes a varias problemáticas, sino de entender las respuestas e involucrarse
más en lo que la ciencia y la tecnología nos ofrecen para atenderlas y enfrentarlas. Hoy por hoy, el cambio
climático debería ser la mayor preocupación entre esta élite a nivel mundial.
El peligro que enfrentamos con el cambio climático demanda tiempo,
recursos, conocimiento e inclusive un cambio radical en nuestra forma de vida,
no sólo en las políticas de orden público sino, literalmente, en nuestra
conducta personal en nuestro diario devenir.
Apolo, enfurecido, no podía retirarle el don que ya le había
dado a la princesa pero, en cambio, la confinó a un destino cruel: que nadie
creyera sus profecías que vaticinaban la destrucción de Troya.
Eso es, al parecer, lo que la ciencia está enfrentando: el
síndrome de Casandra.
Pero más allá de lo que la ciencia nos ha estado vaticinando
desde hace décadas, debemos mirar los hechos, que son incontrovertibles: sequías
en donde antes ni siquiera nos imaginábamos, como en Inglaterra, inundaciones
de proporciones bíblicas nunca antes vistas, como en Pakistán, incendios
arrasadores como en Alaska y Siberia, y un serie de innumerables casos en donde
la madre naturaleza nos hace una advertencia: ponemos atención en lo que
estamos causando o pagaremos muy caro las consecuencias.
De nosotros depende la respuesta. La pelota está en nuestra cancha.
Efectivamente así es. De qué nos sirve tanta tecnología y tanto avance científico si no podemos enfrentar el problema más severo e irreversible que se nos viene encima. Será que la justicia divina nos está cegando para librarse del peor mal que pudo haber existido en este planeta, la raza humana.
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