“El amor de una madre por un hijo no se puede comparar con ninguna otra cosa en el mundo. No conoce ley ni piedad; se atreve a todo y aplasta cuanto se le opone.”
Agatha Christie
Uno de los relatos que más me
han impactado es “No sin mi hija” de Betty Mahmoody y William
Hoffer, en la que Betty narra su secuestro y cruel confinamiento en Irán a
manos de su propio esposo. Es un relato que nos muestra, de manera conmovedora,
el espíritu indomable de una mujer que busca su libertad a cualquier precio pero,
más aún, del amor inconmensurable de una madre por su hija. El título de la
obra habla por sí mismo. Ella está dispuesta a todo para recuperar su libertad,
incluso a morir en el intento, pero no lo hará sin su hija.
En 1905 Anna Jarvis quiso rendirle
homenaje a su madre —que el 9 de mayo de ese mismo año falleció— para quedarse
como el día de hacerle los honores no sólo a su madre, si no a todas las del
mundo.
El 8 de mayo de 1914, el
presidente Woodrow Wilson decretó que el Día de las Madres se celebraría en
Estados Unidos el segundo domingo de cada mayo. La idea pasó a Europa, y casi
40 países en todo el mundo iniciaron las celebraciones.
El reconocimiento del Día de
las Madres en México comenzó en 1922, cuando el periodista Rafael Alducin escribió
un artículo en el que abogaba por la celebración del Día de la Madre.
La máxima figura materna, al margen de dogmas o sofismas, es sin duda la Virgen María.
En Juan 1:14 se anuncia un singular
acontecimiento que da pie a la génesis de la religión cristiana:
“Y aquel Verbo fue hecho carne,
y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre,
lleno de gracia y de verdad.”
Es prácticamente inconcebible
para los simples mortales que el Verbo, es decir la palabra, se convierta en
carne. El Verbo es Dios mismo y la Carne es Jesucristo.
Esa incapacidad de comprender lo
que Juan nos dice, se aplica igual para los varones que nunca, jamás, podremos
experimentar lo que una mujer es capaz. Por decirlo así, somos tan sólo el
labrador que deposita una semilla en el vientre de una mujer. En cambio, ella
es la tierra en la que se gestan los frutos más nobles; un universo en el que florecen
las mayores maravillas de la Creación: La Vida y El Amor.
En Lucas 1:30 se da cuenta del
mayor milagro de la vida, al margen de la resurrección de Jesús:
“Sábete que has de concebir en tu seno, y parirás a un hijo a quien pondrás por nombre Jesús.”
Pienso que todas las madres del mundo han dado a luz a un hijo o hija en quienes se manifiesta y refleja la voluntad de Dios en nuestra humanidad.
Desgraciadamente, hay madres
que no se incluyen ellas mismas en el círculo de amor y protección: mujeres que
han cometido filicidio (del latín filius:
hijo), es decir, que han matado a un hijo. Pero son casos relativamente escasos
que son motivados por trastornos mentales, abuso de sustancias como las drogas
y el alcohol, problemas socioeconómicos severos o incluso por venganza o simplemente
por no haber deseado concebir a su hijo. Sin embargo, cualquiera que sea la
motivación que una madre tenga para matar a su hijo la podríamos considerar
como contra natura.
Existen adjetivos como viuda y
huérfano, pero no existe uno para definir la pérdida de un hijo.
En 2017, la Federación
Española de Padres de Niños con Cáncer le ha pedido a la Real Academia Española
que acepte el término “huérfilo”
para tratar de definir un dolor que no tiene nombre. Yo mismo he experimentado
este dolor cuando perdí a mi hijastra. Pero el dolor que experimentó mi esposa
con dicha pérdida es simple y sencillamente incomparable.
Sin embargo, aún debatimos el asunto del aborto. Las mujeres que apoyan esta práctica (Pro aborto legal), aducen su derecho de decidir sobre su cuerpo, su libertad reproductiva y sexualidad, sin considerar que el ser que llevan en su vientre no es parte de su propio cuerpo y que dicho ser tiene derecho a la vida.
Cada cual tiene su propia opinión al respecto desde su particular punto de vista.
Más allá de arreglos florales, de fiestas y reuniones para festejar este día, es nuestro deber honrar a nuestra madre en todo momento; un acto natural que no tendría que ser inducido por la publicidad y la mercadotecnia para conmemorarla en un día en particular, sino por un sentimiento de profundo agradecimiento por todo lo que ella nos da y nos ha dado.
Debemos honrarla todos los días; todo el tiempo.
En este día, personalmente
recuerdo a varias madres que han sido dignas de mi más profunda admiración, adoración
y respeto: mi madre, mi hija y su madre, mi esposa y mi hijastra así como mis
hermanas; seres divinos que me regalaron ya sea el don de mi propia vida o bien
la de personas maravillosas como mis hermanos y mis nietos. Por supuesto que me
es imposible olvidar a mis abuelas, mis tías, mis primas, mis sobrinas, mis
suegras y mis amigas.
Les deseo a todas
las madres de la Tierra que sean eternamente felices, y a todos los hombres del
mundo les pido; les exijo que devuelvan ese amor con todo el respeto, amor y
protección que ellas merecen.
No debemos olvidar que todos,
incluyendo al mismo Jesucristo, fuimos concebidos por una mujer: nuestra madre.